In memoriam A la memoria de Luis Vaisman

Siempre cuando un maestro nos deja, sacuden a nuestra memoria una serie de imágenes y recuerdos más o menos patente y concretos de lo que fue nuestra experiencia y es más, parte de nuestra vida con él o ella.

Por lo habitual, solemos enfrentarnos a una imagen viva, en movimiento, con luz constante y así queremos que continúe y que siga y es así como continuará en nuestro imaginario y en nuestra memoria. Es decir, como una imagen activa, pues es esa imagen la que nos acompañó, guio e iluminó en muchas oportunidades.

Luis Vaisman fue un formador de muchas generaciones de estudiantes de Literatura de la Universidad de Chile, durante la Dictadura y posteriormente, durante Democracia. En este sentido fue de los pocos teóricos que resistió y permaneció en un ambiente completamente adverso para aquellos que tenían una orientación de izquierdas. Estudió en el antiguo Instituto Pedagógico y fue discípulo de una figura relevante para la teoría literaria, podríamos llamar, chilena: Félix Martínez Bonati. En este sentido, esto es lo que le vincula a la docencia constante en la teoría y la Literatura. Desde el Instituto Pedagógico se traslada a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, que funcionaba en la comuna de La Reina.

De allí, e su estrecho vínculo con Martinez Bonati, como ayudante suyo, es muy probable que provinieran sus dotes como gran orador y discutidor. En las reuniones se dejaba ver esto; pues siempre su punto de vista fue el que definía problemáticas, el que ponía los puntos sobre las “íes” y el que, a la vez, generaba un ambiente de compañerismo y trabajo en equipo.

Es decir, era el modelo de la oratoria, a quien oíamos, a quien seguíamos como aquel modelo de las hablas, de las performances del lenguaje y de los actos kinéticos con carga política. En este sentido, aprendimos un modelo dialéctico de la discusión, que era siempre política, sin serlo de manera evidente, agresiva o desenfadada o poco embellecida o ajustada a un lenguaje “bello”. Él nos enseñó que el lenguaje bello, situado en su contexto, con y desde sus interlocutores, es un lenguaje irónico, cómico y que la comicidad es y era también política, un arma política.

En ese terreno, quienes amábamos la literatura y nos encantábamos con lo que la teoría era, ofrecía y con lo que también no era, estábamos plácidamente instalados, en una comodidad extensa y extensiva a diversos ámbitos de nuestras vidas, como las relaciones de pareja, los hábitos alimenticios, las prácticas y disciplinas de estudio, así como los proyectos de nuestras carreras y de nuestras vidas. En una semi visión un poco borrosa, aunque plena de nuestro presente, él era un maestro y guía, así como también alguien que podía decir las verdades ciertas, directas y a la cara. Era una persona que combinaba algo entrañable, por decirlo en términos simples, así como lo público y lo privado en su forma de ser y su discurso. Creo que su alto, altísimo, valor humano, como docente y como persona, tiene que ver con aquello, en la, a veces, tan mal utilizada e interpretada noción de “transparencia”. Pues, él dejaba ver que la transparencia no es algo simple, fácil o inmediato; no es algo que se obtenga desde el oportunismo y el individualismo.

Por supuesto, siempre será una alerta interna para nosotros el juego de lenguaje, en serio o en broma, no tan en serio y no tan en broma, es decir, sin una pizca o una gota de mentira, del juego mayestático de quien constantemente jugaba a decir y jugaba especulativamente a decir: Soy Dios, soy Jeovaisman. Primero, como  manera de constatar como testigo sobreviviente de épocas de violencia social extrema y como una manera de enseñarnos “a nosotros” sobre ese pasado y de que nuestro presente, nuevo y nuestra “juventud”, había que asumirla desde cierta perspectiva, por decirlo de alguna manera, particular; escéptica, por sobre todo.

Así, bajo este shiffter o aforismo es que prontamente se creó un imaginario virtual entre los estudiantes más jóvenes, en donde existía una página web “amo a Vaisman”, dedicada a él y a comentar todo el discurso de la adición, como se dice en la retórica, o bien de los condimentos de aquello que se “escapaba” o “salía” o “rebasaba” los programas, las clases de los temas específicos de estas. Sus clases eran una constante producción lingüística y performática de memes. Incluso un estudiante desinteresado podía o podría interesarse en dichos temas de teoría compleja, expuestos y explicados de manera accesible y paso a paso con mayor complejidad. Asimismo, nos dábamos cuenta al final, de que el problema teórico y el desafío lógico de sus clases tenían que ver con que todo el discurso del aditamento y los chistes, comentarios al margen, bromas y circunloquios, eran o se constituían en parte central y relevante para lo que allí se exponían y / o se
deseaba exponer.

Este modelo altamente lúdico, innovador y que llamaba la atención, fue un modelo adoptado por la reforma de la educación secundaria en nuestro país. Él fue quien impulsó y diseñó el cambio radical de la docencia, la educación y su modelo, el docere, en el comienzo de la Democracia, a través de planes ministeriales para pensar la educación chilena como un modelo activo y un verdadero desafío para las nuevas décadas, ahora de luz y de Democracia. Interesar a los jóvenes en el estudio, generar un intercambio social y una contribución o vuelta a lo social, como retribución social, eran parte de sus ideas, no solo en cuanto ideario o imaginario, sino como un idealismo utópico concreto, plasmado en metodologías que fueron, efectivamente, instaladas, aplicadas y llevadas a cabo. Así como sentidas, aprendidas y recepcionadas por profesores y estudiantes; todo lo que podemos pensar de una pedagogía abierta, transversal, “dislocada”, crítica y contestaría y de / con otros medios o mecanismos para lograr aprendizajes, provienen de él.

Durante los años noventa tuvo la oportunidad de viajar a Inglaterra. En esa oportunidad, el intercambio académico, fue central y motivo fundamental para cimentar tanto su visión teórico y sobre la teoría, -el hacer teoría, pensar un modo teórico de la academia- así como sobre la educación chilena misma. Fue uno de los socios fundadores de SOCHEl, Sociedad Chilena de Estudios Literarios, junto a Mauricio Ostria, entre otros y se puede decir que defendió en una relativa soledad los estudios literarios, mientras en el país y en la academia, “se hacían otras cosas”. Algo que a mi juicio es sumamente importante y es cultivar una idea de la academia bastante cerrada o elitista, si se puede llamar de esa manera, sin concesiones a los altibajos sociales o políticos y sin miramientos a los “poderes” de turno en la política y en la academia, que pudieran afectar una idea o una manera del pensamiento, la cultura y el estudio. A mi juicio, es el gran luchador doméstico –en relación a la idea de “domus”– en contra del poder y los poderes en cualesquiera de sus sentidos, formas y manifestaciones.

Creo que es central como testigo de las homosexualidades en el ámbito intelectual. Su particular percepción para ello y como incorpora o incorporó dichos temas como problemáaticas en el currículo escolar desde una gran sensibilidad aunque más que nada acierto inteligencia. Fue un especialista en el ámbito y en el tema de las homosexualidades, los discursos literarios homosexuales, lo que nos deja ver cómo nuestros países y nuestras academias se encuentran en total desmedro respecto del primero mundo o de Estados Unidos, pues junto con ser un experto en el tema, nunca tuvo las plataformas y la infraestructura que en otros países, culturas o tradiciones hay para estos enfoques, de real importancia en l cultura toda. Recuerdo con especial atención el Seminario anual que dictó, junto a su grupo más entrañable, sobre la obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. Seminario que inauguró con nosotros y que repitió posteriormente algunos años, desarrollando a cabalidad los problemas trans, lésbicos y homosexuales presentes en esta magna obra. Es así también como destaco su posición crítica respecto de la academia misma y de los estudios literarios mismos, siendo altamente crítico a modelos y formatos sin sentido, poco productivos y de una exigencia sin sentido, que no valía la pena fomentar, como CONICYT o FONDECYT, a pesar de ser él un estudioso impecable y de una alta formación.

Recuerdo cuando hizo uno de los órdenes a su biblioteca. Tuve el privilegio de salir en mis manos con una cantidad ingente de libro que él desechaba, diccionarios interesantes “de otros tiempos” como el Diccionario de personas famosas, (“Over 700 entries from ancient times to the present day”). Así como una serie de novelas de bolsillo, pocket, de autores norteamericanos de segunda categoría, que rozan en el límite entre la novela policial, la novela erótica, homoerótica o porno y la novela rosa, sin ser nada de eso. También recuerdo con especial emoción y conmoción cuando me regaló las Obras completas de las Tragedias de Séneca, “Este bilingüe librito es para Pilarica, mi valiente sobrinica, que se atreve aún a cumplir años, con un arrojado ‘¡Y qué jué!’”, reza la dedicatoria.

Sin duda fui una asistente pertinaz; no solo en el plano de la “insistencia” por la teoría, por los textos los métodos y el proyecto incansable de la especulación, en nuestro país, en ver lo bueno y muy bueno y nada más; digamos correr un tupido velo sobre “lo malo” sin que digamos aquello existiera; es decir, algo que puede parecer inocente, una teoría por un mundo mejor y ver o entender la literatura como el mejor de los platos o de los bocados para el espíritu y para la vida. Así, nuestro trabajo en la universidad estaba lleno de rituales, desde el café, el maletín o carpeta con bibliografías, las películas para presentar a los estudiantes, la revisión y corrección de pruebas, el comentario de estas, así, como por sobre todo el trato humano, para nosotros, como asistentes, así como para los estudiantes. Valoro mucho su capacidad de corrección, su ojo para detectar problemas y asuntos teóricos e interrogarlos hasta el extremo, ser un evaluador estricto y exigir cada
vez más a quienes trabajábamos con él, logrando resultados de alto nivel y calidad teórica y literaria.

Siempre en sus frases había una admonición o sentido moral respecto de las acciones de otros y tras, es por ello que enseñó constantemente y sin parar nunca el problema y los temas de la tragedia de la antigüedad clásica griega, con especial atención al contenido moral de la mímesis e imitación de los hombres. Nosotros, como estudiantes, nos interesábamos mucho en el momento de la clase en que acudía el caso o exempla moral, en donde él se detenía, en una teoría o modo especulativo complejo y a la vez comprensible, simple o entendible, entre los personajes y lo real y las acciones. Creo que es un sujeto altamente moral, en todos los sentidos que pueda tener ese término, porque siempre habló de y des de lo real, en el sentido ético del término; siempre abordó, indicó, enseño lo real, no la fantasía, la imaginería o lo falso.

Hay que recordar que tuvo un paso glorioso por la arquitectura antes que por las letras. Se dedicó a la semiótica arquitectónica y se graduó con una gloriosa y célebre disertación que es modelo para las siguientes generaciones de arquitectos, en torno a la relación del texto heideggeriano, “Construir, habitar, pensar”, con la arquitectura, desde la noción de espacio y espacialidad, para construir no solo humanidad, sino lugares, espacios, en que sea posible habitar lo humano. Por supuesto, esto tienen bases y alcances plenamente filosóficos, no obstante, el texto goza de una particular manera de ser actual, así como concreto, porque se trata de una aproximación semiótica, desde los “signos” de lo humano, lo espacial, lo arquitectónico, al problema del habitar humano. Siempre se esperó su obra maestra en el plano literario, no obstante, este es un juicio limitado y reducido, pues sus estudios y monografías gozan de un orden escrupuloso y detallado revisiones que habitualmente no se hacían en Chile y que si bien otros estudiosos chilenos notables, sí realizaban, lo hacían desde el exterior, como Jaime Concha, entre otros. Es
así como aparece generacionalmente junto a nombres como los de Cadomil Goic, Pedro Lastra, Carlos Morand, entre otros. Destacan sus estudios sobre retórica literaria y tragedia griega, así como su constante y puntilloso trabajo sobre traducciones, desde el inglés y el francés, y el comentario de estas, materiales que utilizábamos durante las clases, sin la pretensión o el “hambre”, de ser publicados o puestos en circulación, etcétera.

En sus más tempranos años como joven profesor, también se dedicó a la crítica en medios impresos, si bien, para comentar la obra de algún colega cercano y a las adaptaciones o traducciones teatrales. Entre las que destacan traducciones de W. Shakespeare, o John Gabriel Borkman, de H. Ibsen, entre otros. Fue un muy querido y respetado profesor de teoría del Drama para las carreras de teatro de distintas universidades; su talento kinésico y proxémico se ponía al servicio de una enseñanza bastante lábil y flexible del drama, en vistas de que este debía ser representado, llevado a la puesta en escena. Creo que una de sus más importantes cualidades era la paciencia, lo que era un verdadero plus para un estudiante de teatro, también era o se acostumbró a ser un confidente, para el caso de los
estudiantes de literatura, la paciencia se convertía pronto en ironía, es por ello que, en muchas oportunidades, las aguas se abrían y se partían radical y definitivamente en dos, entre quienes estábamos de su lado y los estudiantes quieren, lisa y llanamente, le detestaban, al punto de un odio resentido. En este contexto y ambiente, era conocido su estilo exigente y según algunos “barrero”, es decir, situar o enfocar la preferencia hacia algunos / as estudiantes y no todos / as; por lo general, los más aviesos, conversadores, participativos, e interesados. En teatro esto podría ser distinto, en la medida que su encanto se combinaba con el interés por los actores de ser guiados en su carrera, así como en la performance de sus propios parlamentos. Asimismo, para mí es completamente factible constatar su vocación pedagógica desde un punto de vista ético y un criterio transversal e integrador, pues, en el fondo y aunque muchos estudiantes no lo entendieran,
percibieran o comprendieran, siempre se mantuvo como un agente de la integración y de la inclusión, cultural social y de género, sin lugar a dudas. Aquello era algo
tremendamente valioso y meritorio. Así como algo sumamente atractivo para una como estudiante.

En este estado de iluminación melancólica, nostálgica y silenciosa, según la alegoresis pagana, quiero cerrar esta nota, tan espontánea como iluminada por su energía vital e inteligencia, así como por su trato humano, profundamente auténtico, aunque aquello implicara el roce o conflicto con algún interlocutor. Era temido por decir verdades – como voz del disentimiento, en momentos políticos catastróficos– y su honestidad siempre fue un verdadero motor, una fuerza, una energeia, para nosotros, los ilusos e idealistas, entregados a la teoría. Desde acá o desde allá, pues no tenemos verdad o certeza alguna sobre la vida, la muerte o el alma, como dice Aristóteles, te saludamos y abrazamos, desde este “más acá”, en donde siempre permanecerás en el espíritu del pensamiento vivo.

 

Pilar García.
Santiago de Chile, 2020.

 

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